La pregunta sería: ¿Debemos dar
por bueno el llamado progreso tecnológico, tal como se manifiesta en la cultura
actual? Y también: ¿Hasta qué punto exacto es la tecnología la que ha cambiado
nuestra vida? Es cierto, comienza la autora de este texto, que hasta los pasos
más elementales de nuestro día tienen algo que ver con los nuevos aparatos, y
que éstos son ya inseparables partes de nuestro ecosistema. Pero también es
cierto, dice, que las relaciones entre los hombres actuales y sus máquinas sofisticadas no se
diferencian mucho de las que mantenían las generaciones anteriores con sus
propios utensilios. "La civilización humana puede permanecer fiel a
principios antediluvianos en medio de los vertiginosos cambios de la
tecnología". La clave, señala, está en la naturalidad con que se aceptan y
utilizan, con que se está dentro de un sistema incapaz de garantizar la simple
supervivencia de muchos, y que en cambio encuentra su símbolo en la
destrucción, en la bomba. Y es que, dice respondiendo ya a las preguntas, los
cambios, habidos en nuestras formas de vida no han sido dados por la
tecnología, sino por la democracia, en su sentido más amplio. Y no parece que
sea posible -o, por lo menos, no parece que sea del todo conveniente- dar
marcha atrás, como recomiendan los ecologistas... Corresponde entonces a la
democracia participativa y cuestionadora, hacerse extensiva a los otros dos
aspectos que configuran la sociedad occidental: la industrialización y el
capitalismo. Sólo así, dice, ofreciendo ya soluciones concretas, será posible
el desarrollo de tecnologías alternativas y múltiples, capaces de restañar las
heridas producidas por la tecnología sin perder las ventajas que tenemos en la
actualidad.
Los equipos de telecomunicación, a través de los
cuales se transmite la información, han ido evolucionando y formando parte
importante de nuestra vida cotidiana, pasamos del telégrafo a WhatsApp y de la
televisión en blanco y negro, que merecía su propio espacio, a celulares o
tablets de alta resolución que pueden llevarse hasta al baño. Pero los aparatos
tecnológicos no solamente aportan un valor práctico, sino estético y simbólico
que nos llevan a elegir entre un sinfín de opciones: no sólo el más eficiente,
sino el más lindo, el de mejor diseño o el que me otorga mayor estatus.
Los
mexicanos pasamos más de ocho horas al día interactuando con algún aparato
tecnológico conectado a Internet, ya sea el celular, la computadora o tablet.
Es imposible pensar que algo en lo que ya pasamos la mayor parte de nuestro
tiempo no pueda tener un impacto (tanto positivo como negativo) en nuestra
mente, lo tiene, y la tecnología ha marcado no sólo una nueva forma de
relacionarnos con otros, sino también con nosotros mismos.
La tecnología bien aplicada nos ayuda, por ejemplo: a
organizarnos mejor, a aprender cosas nuevas, a llevar registro de nuestras
metas y avances personales o a acortar distancias con amistades o familiares
Sin embargo, la otra cara de la moneda es que, al no
ser conscientes, podemos bombardearnos de información dañina, estresante
situaciones en o buscar las que estemos expuestos o en riesgo. Las
universidades registran cada vez más casos de depresión y ansiedad que están
directamente ligados al uso de redes sociales. Según la Asociación Mexicana de
Internet, 82 % de los usuarios conectados a Internet están activos en alguna
red social, siendo ésta la actividad principal en Internet por encima del mailing y la búsqueda de
información. Además, según la última investigación de hábitos en Internet, se
registró que los mexicanos pasamos en promedio ocho horas al día conectados (es
decir, una jornada laboral), siendo el momento de la comida y el final del día
las horas de mayor tráfico. Esto significa que, sin importar si nos encontramos
solos o acompañados, estamos online, entonces
¿en dónde queda tiempo para la intimidad conmigo mismo y mis relaciones?
En las redes sociales, interactuamos e intercambiamos
información con personas con quienes de alguna manera tenemos algo en común,
filtramos las cosas que subimos o eliminamos de nuestros perfiles con base en
la cantidad de likes, shares o comments que recibimos. Esta
“economía de la atención” depende enteramente de la reacción que nos provoca el
interés de otros y sus respuestas en redes sociales. Estudios han encontrado
que cada like genera producción de dopamina en el cerebro y la activación de
sistemas vinculados a la recompensa, es por eso que las redes son tan
adictivas. Una buena dosis de likes y de intercambios puede en efecto hacernos
sentir muy bien y contribuir a nuestra autoestima, el problema viene cuando en
el mundo exterior no hay nada que sustente mi autoestima y mis vínculos, por
eso, el tema con las redes sociales, la tecnología y la mente, no tiene que ver
con aislarnos y privarnos del intercambio, sino en aterrizar el cómo las
usamos. En primer lugar, debemos tener presente que en las redes se tiende a
apreciar los momentos de logro de las personas, los mayores likes vienen ante éxitos y
situaciones excepcionales, así que eso es lo que la gente sube más, no sus
instantes cotidianos, de duda, ansiedad o fracasos. Tener esto en mente es
esencial, ya que los trastornos depresivos vinculados
al uso de redes sociales tienen que ver con la comparación de nuestras vidas y
momentos cotidianos con los de otros, sin considerar que se trata de cuestiones
excepcionales.
Otro factor de
ansiedad en redes sociales tiene que ver con el FOMO, que
significa fear of missing out, y se refiere literalmente al miedo
que se genera al permanecer desconectado de las redes y así perderse la
oportunidad de compartir una foto que iba a generar muchos likes o
no enterarnos en tiempo real del chisme del momento e incluso sentir que
perdemos la ocasión de conectarnos con otros.
FOMO se refiere al miedo que
se genera al permanecer desconectado de las redes y así perderse la oportunidad
de compartir una foto que va a generar muchos likes.
También tenemos fenómenos que no
están relacionados con lo que publicamos, sino con lo que observamos en redes
sociales. 75 % de los usuarios de Internet han sido testigos de ciberacoso
o cyberbullying y el 40 % de los usuarios adultos de
Internet lo han padecido en algún momento. La vulnerabilidad a la que nos vemos
expuestos es otro factor estresante no sólo en adultos, sino también en
adolescentes. Según la Asociación Canadiense de Salud Mental, los jóvenes de Secundaria que pasan más de dos horas diarias en redes sociales
reportan mayores síntomas de ansiedad, depresión e ideación suicida, y la OMS
proyecta que si el cyberbullying continúa creciendo de la
manera que lo ha hecho hasta ahora, para el 2025 se producirán alrededor de
85,000 suicidios al año. A pesar de tener datos tan alarmantes, no debemos
satanizar las redes ni la tecnología, simplemente hay que tener presente que su
impacto en la vida es importante y por eso debemos hacer uso responsable
teniendo siempre nuestra salud y seguridad en mente
LA TECNOLOGÍA Y EL TRABAJO
Según la revista
Forbes, 33 % de los internautas que se encuentran activos en redes sociales
están en edad laboral, siendo Facebook (95 %), Youtube (60 %) y Twitter (56 %)
las más comunes. Hay muchas ventajas del uso de la tecnología y del uso de las
redes sociales dentro del ámbito laboral: en primer lugar, la tecnología ha
hecho que los trabajos sean más flexibles
y que el home office o el remote office sean
posibles, para evitar factores estresantes como el tráfico o el “ir a calentar
la silla”, y así optimizar el tiempo de los empleados, eliminando barreras de
horarios, distancias y contribuyendo a formar un sentimiento de productividad y
asertividad en el manejo de los horarios. Por otro lado, la convivencia en
redes sociales, si bien aumenta el riesgo de mobbing (acoso
laboral), también promueve la interacción de los empleados, el fortalecimiento
de
la identidad empresarial, así como la relación
de la empresa con los clientes. Estudios han demostrado que 75 % de las
personas se inclinan a consumir un producto que siguen en línea a los que no.
La
investigación sobre la productividad laboral y el uso de redes sociales sigue
en tela de juicio, habiendo estudios que se inclinan a favor y en contra. Las
redes sociales y la tecnología son herramientas, su buen o mal uso depende de
quién las usa y cómo las usa.
TECNOLOGÍA Y FAMILIA
Sin duda, la tecnología ha presentado nuevos retos
para las familias actuales, especialmente en términos de comunicación,pero también ofrece nuevas formas
de convivencia. En primer lugar, hay que enfocarnos en que las tecnologías son
herramientas que nos ofrecen alternativas, así que hay que usarlas a nuestro
favor y entender el papel que tienen en la vida de nuestros seres queridos.
Como papás, es importante entender que los niños no “nacen con el chip
integrado”, saber operar y manipular un gadget (que, valga decir, está diseñado
justamente para operar de manera intuitiva) no significa que saben usarlo con
responsabilidad y ética.
Como papás, hay que
ofrecer una guía para nuestros hijos y entender las redes que tienen a su
alcance. También podemos comprender ciertos fenómenos y explicárselos a
nuestros hijos, por ejemplo, la UNICEF señala que al interactuar por Internet
los límites que existen en el mundo físico no quedan tan claros, así que
tendemos a generalizar o exagerar los vínculos; hay que aclarar que no toda
persona que tengamos en redes sociales es un amigo o es de confianza. Los
adolescentes son una población particularmente vulnerable, ya que tienden a
buscar vínculos intensos en los que predomina la idealización. Desde pequeños,
debemos enseñarles a usar filtros de seguridad, a no compartir datos personales
y a fortalecer su autoestima mediante la convivencia de calidad con ellos.
La
propia tecnología ofrece alternativas muy divertidas para vincularse como
familia y acercarse, como ver series en Netflix y los juegos en línea, pero la
idea es que no dejemos que se vuelva una distracción, sino un momento de
convivencia y diálogo. También aplicaciones como Homester buscan fomentar el
diálogo entre padres e hijos enfocándose al trabajo de límites y reglas, permisos,
recompensas, etcétera.
En
México se comienza a tener acceso a Internet (por medio de apps o juegos) desde
los tres años de edad, así que, como familia, vale la pena comenzar a
establecer reglas con los gadgets, poniendo límites por ejemplo de edad (fijar
una edad para tener celular), de tiempo o de seguridad (limitando el uso de
ciertas aplicaciones). Este encuadre puede también fomentar el tiempo con la
familia, solos o incluso realizando una actividad recreativa, como hacer
ejercicio o leer. Es nuestra responsabilidad saber usar lo que tenemos al
alcance, no sólo a nivel operativo, sino también ético.
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